viernes, 24 de septiembre de 2010

Verguenza en la arena.

Ya al verlo salir, Paquito alias “El marqués” sabia que ese no era un toro común y corriente. Había algo en su mirada que no le gustaba, no sabía como explicarlo pero parecía como si sus ojos fueran...demasiado humanos. Era un animal enorme, negro como la noche más oscura que pudiera recordar, y con un par de cuernos blancos como la nieve que casi enceguecían con el brillo del sol. Tenía una forma de moverse por la arena que dejaba intuir pensamientos oscuros, premeditación, sangre fría.
El marqués despejó de su cabeza tales ideas y provocó al toro con el capote, adoptando una típica pose de torero que hacía al público delirar. Pero no consiguió nada de la bestia, tan solo quietud y una mirada de desafío que echaba abajo su ánimo. Otro intento y nada. ¿Qué fue eso? ¿El toro le había hablado? No, era imposible. Los nervios lo estaban traicionando. El maldito animal le estaba aguando la fiesta y haciéndole quedar como un principiante… - ¡Ven aquí cobarde! - Dios santo, eso había salido del morro del toro, esta vez sí que estaba seguro. - ¡A que no te acercas a menos de un metro, eres una vergüenza de hombre! – Paquito se estaba volviendo loco, sudaba a mares, el traje de luces nunca le había pesado tanto. El público comenzaba a impacientarse y él no sabía que hacer. - ¿Quieres llorar, cobarde? ¡Venga, hazlo! Nadie te lo echará en cara, no sirves para esto… ¡Admítelo!- El pobre hombre cayó de rodillas sobre la arena y se hizo un hobillo, tomándose de las piernas como un niño que teme a los monstruos de su armario, temblando y llorando. El toro se dio la vuelta y con una de sus patas traseras arrojó polvo sobre la cabeza de El marqués. Los espectadores en las gradas enmudecieron completamente, sin saber si abuchear al torero o aplaudir al animal.

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