martes, 28 de septiembre de 2010

El río del tiempo.

Se encontraba un anciano observando el correr del río del tiempo, sentado a orillas del mismo, cuando un hombre se acerco por detrás y cortésmente le consultó:
- Disculpe buen hombre, ¿Qué es lo que hace exactamente?
- ¿No lo ve? Tan solo veo pasar el tiempo frente a mi, nada más.- respondió sorprendido el viejo, escrutando el rostro del extraño al tiempo que trataba de adivinar si estaba loco o simplemente perdido.
- Pues yo no veo nada, no sé realmente a lo que se refiere con eso. Tiene frente a usted un río como cualquier otro, un poco lleno de desperdicios pero nada especial.- comentó el hombre devolviendo la misma mirada de sorpresa e incredulidad.
- ¿Desperdicios? Eso que usted llama basura es la materia de la que esta hecha el tiempo, recuerdos de la infancia, sueños, esperanzas, dolor. Mire..- cojio de la mano al extraño y con la otra capturó un libro que arrastraba la corriente frente a ellos.- Esto que ve aquí es el diario intimo de una muchacha que estaba enamorada de un primo pero que tuvo que renunciar a ese amor antes de que la consumiera.- luego de lo cual arrojó el libro al río que al instante lo devoró. Luego señaló algun punto entre las aguas a unos metros de donde se encontraban.- Y eso de allí, ese cofre pesado con el que la corriente juega como si fuera de papel, ahí guardaba todos sus trucos el mayor mago de todos los tiempos.- Y así continuó el anciano, describiendo al azar decenas de objetos que el río del tiempo arrastraba sin compasión ni pausa, a destinos que nadie conocía, dado que nadie sabe a dónde va a parar el tiempo perdido.
Aquel hombre no terminaba de creer lo que el viejo le relataba, hasta que algo en la distancia llamó poderosamente su atención. Era un triciclo rojo un poco deteriorado al que le faltaba una rueda y en cuyo manubrio destacaban una pequeña bocina y largas cintas de tela de varios colores vivos. El extraño se llevó una mano a la boca tratando de contener un grito de sorpresa que tenía sus orígenes en recuerdos de su infancia enterrados profundamente en su memoria. Una tarde de sol, las hojas otoñales rozando suavemente el suelo por obra de una dulce brisa, el sonido de niños riendo de alegría y esa sensación de que el mundo podía ser todo tuyo si peleabas por él. Solo hacía falta subirse al triciclo y pedalear con fuerza hasta donde los caminos se pierden en el horizonte.
Cuando el anciano comprendió lo que sucedía ya era tarde, el hombre se había lanzado al agua y nadaba con todas sus fuerzas luchando ferozmente contra la corriente. Al llegar al triciclo se abrazó al él con una expresión de triunfo en su rostro que el viejo nunca olvidaría. En apenas unos segundos las aguas del tiempo tragaron al hombre con su tesoro y nunca más se supo de él. Una vez repuesto de la impresión, el anciano volvió a sentarse a orillas del río mientras murmuraba: “Muchos matan el tiempo, pero esta vez podríamos decir que el tiempo lo ha matado a él”.

1 comentario:

  1. Leo “El rió del Tiempo” con deliciosa sorpresa al ver que desde hace varios años, cuando Ezequiel me presentó su libro, Domingos, para que lo revisara y diera mis comentarios, ha llegado a un nivel de refinamiento y calidad extraordinaria, no solo literaria, pero creativa, que hasta su musa parece haber madurado.
    No voy a pretender que conozco bien a Ezequiel pero me parece conocerlo, porque al ver lo que escribe hoy, no me he sorprendido, ya que lo esperaba ese tipo de crecimiento desde la primera vez que leí Domingos.
    Espero con volver a tener el placer de gozar sus futuras historias, fantasías, y alegorías de sus observaciones sociales.

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