viernes, 24 de septiembre de 2010

EEUU desmantela una red de espias rusos.

Sergei estudiaba atentamente los souvenirs de la estatua de la libertad, sin decidirse entre uno convencional u otro que mostraba a la figura levantándose la falda para mostrar sus piernas. Su querida esposa Olga no cesaba de sacar fotos a cuanto veía a su alrededor: coches, edificios, anuncios luminosos y sobre todo a personas de color, ya que en sus 80 años de vida nunca había visto ninguna cara a cara. No, en Moscu no las había. El resto del grupo de jubilados rusos de visita en Nueva York hacían mas o menos lo mismo, comprar y sacar fotos, hasta que les llamó la atención unos hombres vestidos de negro que forcejeaban con Vladimir, el diminuto maestro de escuela retirado de San Petesburgo.
En pocos segundos sobrevino el caos. Sergei no paraba de aporrear con su bastón a los agentes de FBI, en tanto que Olga cogía montones de souvenirs de metal pesado y los arrojaba sin compasión contra ellos. La esposa de Vladimir llegó a quitarse la dentadura postiza para convertirla acto seguido en objeto arrojadizo. La batalla parecía inclinarse favorablemente al bando de los ancianos pero la llegada de refuerzos del gobierno norteamericano dio un fin rotundo a la contienda y acabo con los huesos de los once jubilados en los calabozos destinados a espías extranjeros.
Horas después Sergei comentaría amargamente a su esposa: “Pensar que espere 50 años al fin de la guerra fría para poder visitar los Estados Unidos”.

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