viernes, 24 de septiembre de 2010

Cosas que a lo mejor pueden encontrar los 33 mineros chilenos atrapados a 700 metros de profundidad. Opcion Uno.

Se miraron uno al otro con sus facciones sucias llenas de asombro e incredulidad. Después de un mes atrapados a 700 metros de profundidad, la desesperación, el calor y la humedad, cuando creían que solo quedaba enfrentarse a largos meses de espera y aburrimiento, aparecía esa puerta que quién sabía de dónde había salido. Se encontraba al final de uno de los tuneles, detrás del deposito de herramientas, en una zona oscura donde pocos habían metido sus narices en todo el tiempo que llevaban allí. Y ahora ellos dos, Juancito y Ramoncete, mientras buscaban un mazo para apuntalar un tabique, dieron con aquella abertura extraña en la pared.
Era como una boca oscura, desdentada y aullante, que los invitaba a adentrarse en las profundidades de los misterios que guardaba. Los dos mineros no sabían si avisar al resto de sus compañeros o emprender por sí solos una rápida expedición, quizás no fuera nada por lo que valiera la pena preocupar más de lo que ya estaban a los otros 31 pobres hombres.
Juancito agarro fuertemente la lampara y fue el primero en atravesar el umbral de las oscuras fauces, Ramoncete le seguía casi pisándole los talones y lanzando miradas de pavor a todas las sombras proyectadas en las paredes rocosas. Luego de caminar semiencorvados durante media hora un espantoso olor a azufre les dio en plena cara, pero lo que vieron les dejaría una marca en su memoria mas profunda que la que sufrirían sus sentidos.
Frente a ellos se exhibía el espectaculo mas grotesco y aterrador que el ser humano pudiera imaginar nunca. Una cueva tan inmensa que los ojos no podían vislumbrar final, dividida en tres recintos bien definidos. En uno se podía apreciar un río de sangre hirviendo donde chapoteaban seres con sus rostros deformados por la ira. En otro toda una flora marchita y seca suspiraba y gemía como si cada tallo albergara un alma que clamaba paz. Y en tercer lugar un desierto donde cientos de miles de individuos corren buscando refugio, mientras una lluvia abrasadora les erosiona de forma insistente la piel, los ojos y toda esperanza.
Los mineros chilenos habían tenido la desgracia de echar un ojo al séptimo circulo del infierno de Dante, donde los violentos, blasfemos y sodomitas pasan la eternidad pagando por sus pecados.

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