sábado, 2 de octubre de 2010

De musas sin sentido de la oportunidad.


Se dice que todos los artistas tienen una musa que les inspira y conduce hacia sus grandes creaciones. La de Oliverio Martinez, de profesión escritor, era la que menos sentido de la oportunidad tenía. En este punto cabe explicar que la musa de Oliverio se materializaba en forma de una pequeña hada, como para otros puede ser una libélula, una castaña o un personaje histórico ya muerto. Esta criatura adorable asaltaba al escritor en momentos en los que claramente no podía sacar provecho de una inspiración, sea porque estaba ocupado con otra cosa, porque no tenía con qué escribir o la situación no era la más adecuada. Por ejemplo, una vez él se encontraba semi sumergido en su bañera contemplando los dedos de sus pies cuando su musa irrumpió exclamando: “¡Lo tengo! ¡Tengo una idea que te llevara directo a la lista de bestsellers!”. Tal fue el susto que Oliverio casi se ahoga al tragar de golpe agua con espuma de jabón. En otra ocasión el autor se hallaba recostado en el sillón de su dentista, con la boca babeando y adormilada, mientras le extraían una muela terriblemente rebelde. Ese sí que fue un momento desagradable y peligroso, porque al aparecer de golpe el hada gritando histericamente “¡Esta es buena! ¡Esta es buena! Tienes que creerme Oliverio!”, el escritor cerró la boca de golpe atrapando entre sus fauces los dedos del dentista, no antes de que éste le clavara el torno en la encía por la sorpresa. Y cómo olvidar aquella vez en la que Martinez disfrutaba de uno de esos pocos asuntos en los que la privacidad, el silencio y la concentración son altamente recomendables para cualquier alma que desee vaciar sus tripas. Pues sí, justo frente a sus ojos, con un estallido de rayos de colores y serpentinas a granel como era su costumbre, la musa lo cojio por una de sus orejas y comenzó a gritarle: “¡Oliverioooooooooooo! ¡El exito llama a tu puerta, no puedes evadirte más!”. Pero cuando se dio realmente cuenta el escritor de que debía ponerse a escribir y quizás seguir las recomendaciones de su musa, fue en una noche en la que dormía profundamente hasta que un cosquilleo en la punta de la nariz le hizo despertarse y abrir los ojos. Lo que vio exactamente fue el filo de un gran cuchillo de carnicero pendiendo sobre su cara y en el otro extremo lo sostenía con sus pequeñas manitas la adorable criatura mientras murmuraba: “Escuchame atentamente Oliverio. Vas a ponerte a escribir ya mismo lo que te diga, sin demoras, para que yo pueda irme de una vez de vacaciones. Y te recomiendo que no pongas peros ni excusas como siempre porque este condenado artefacto pesa demasiado y no se cuánto más podré sostenerlo”.
Una semana más tarde el talentoso escritor Oliverio Martinez entregaba a su editor una pila de papel manuscrito que serviría para publicar hasta el fin de los tiempos.