viernes, 24 de septiembre de 2010

Autopsias.

A el patólogo ya no le molestaba el olor típico de la sala de autopsias, en realidad si le preguntaran por dicho olor él se limitaría a encoger los hombros y preguntar “¿Qué olor?”. Eran ya 20 años en la profesión, y había visto, tocado y olido todo lo que se podía imaginar. La verdad es que su acostumbramiento se había convertido casi en mal gusto. En ocasiones su compañero del turno mañana que llegaba a relevarlo le recriminaba que comiera bocattas mientras realizaba una autopsia, o que pusiera la música rock que le gustaba a un volumen poco decoroso. Solía bromear con los cadáveres que pasaban por su mesa, con un humor negro que rozaba la falta de respeto total por las desgracias ajenas. Él se limitaba a decir que solo trataba de hacer mas llevadera una profesión tan desagradable y penosa, que no carecía de corazón como todos sus compañeros decían. Por eso aquella noche, alrededor de las 3 de la madrugada, un empleado de limpieza se quedo sorprendido al ver al patólogo sentado junto a una mesa, apoyada la cabeza en las palmas de su mano y llorando en silencio. No cesaba de repetir “¿Por qué?...¿por qué?...¿por qué?..”. Al levantar la vista vió sobre la mesa de autopsias a una niña que no debía tener más de cinco años, con una fea linea roja que le cruzaba el cuello completamente y cardenales por todo el cuerpo. El patlogo´nunca podría acostumbrarse a las almas jovenes que abandonan este mundo tan tempranamente.

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