viernes, 24 de septiembre de 2010

La novela de las 4.

Cuando asomaron a la superficie las primeras burbujitas Doña Mimí sacó el jarro del fuego y llenó una taza con agua caliente para su té de la tarde. Sumergió una y otra vez el saquito de té como si lo estuviera torturando y luego lo estrujó con una cucharita para sacarle toda su fuerza vital. Luego abrió la alacena para coger sus galletas preferidas, unas de coco y miel con la figura de la Reina de Inglaterra en relieve, y colocó cinco en un platito de porcelana que llevaba en su familia mas de cien años y que solo utilizaba para ese fin. Lleva la taza y las galletas a la sala y las deposita sobre la mesita al lado de su mullido sofá, justo frente a la tele, frente a la novela de las cuatro que estaba por comenzar. Posa su enorme trasero sobre un cojín mártir y se dispone a disfrutar de la tarde, pero un ruido de ladrillos partiéndose la distre un momento. La pared justo detrás del televisor se estaba desquebrajando del centro hacia fuera, como si algo del otro lado empujara ferozmente. Segundos después todo se vino abajo, cuadros imitación Van Gogh y fotos de su boda de hace 50 años incluidos, e hizo su aparición en la sala una especie de minotauro enfurecido blandiendo una maza enorme con la que derribaba todo lo que se pusiera a su alcance. Mimí, que sostenía entre sus manos una tetera exquisita que hacía juego con su platito de las galletas y que rebosaba de agua hirviendo, no lo dudó un segundo y cual lanzador olímpico de balas de cañón arrojó la tetera contra el rostro de la mole con una puntería suprema. El minotauro se llevó las manos al rostro rugiendo de dolor y soltando su arma se dio la vuelta y salió corriendo del lugar. Ella volvió a sentarse cómodamente y cogió una galleta para mojar en el té en tanto que el protagonista de su novela besaba apasionadamente a su amada Eleonor. Doña Mimí soportaba menos la interrupción de su novela de lo que temía a las bestias mitológicas que se colaban en su casa.

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