viernes, 24 de septiembre de 2010

La chica asesinada en Seseña agonizó durante tres días.

La niña observa el cielo desde el fondo de la cantera de yeso. Cómo se mueven lentamente las nubes, la infinidad de formas que sugieren, algunas típicas como una oveja o un pájaro y otras mas extrañas como un puñal y tres adolescentes rabiosas. Trata de moverse pero le duele mucho la cabeza, lagrimas de desesperación ruedan por sus sonrojadas mejillas. Y un torrente de sangre fluye por su muñeca, creando un barrial bajo su cuerpecito que la hace sentir mas incomoda aún, sintiendo cómo el frío invade somnolientamente su alma. Aunque quiere gritar sus labios morados solo producen un débil susurro, pide al cielo poder ver a su madre una vez más para poder abrazarla muy fuerte y así quizás poder evitar que la negrura la devore. Le hubiera gustado disfrutar de su adolescencia, besar a ese chico que le tira del pelo en el colegio porque no se atreve a decirle que le gusta. Ir a la universidad para estudiar lo que siempre quiso y contribuir a que el mundo sea un lugar mejor para todos. Le hubiera gustado encontrar al hombre de su vida y casarse, tener dos o tres hijos a los que les daría todo el amor posible y cuidaría de ellos para que no les sucediera nunca lo que a ella. Y luego llegar a la vejez para poder jugar con sus nietos, hacerles regalos y llevarlos a pasear, para poder llegar al final de su vida y morir rodeada de sus seres queridos, apretando fuertemente una mano que tanta falta le hace en ese pozo frió... Cristina sueña sobre estas cosas y muchas más durante casi tres días, hasta que exhala su ultimo suspiro en unas condiciones en las que nadie en este mundo debería morir.

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