viernes, 24 de septiembre de 2010

La casa en el arbol.

Quizás para algunos fue toda una sorpresa que Uberto haya construido un refugio sobre el árbol del fondo de su casa y se fuera a vivir allí, no sin antes retirar la escalera para que nadie más subiera. Pero para mi que lo conocía muy bien no fue para nada imprevisto. Hacía semanas que veía en su mirada el desprecio, el asco que tenía por todo el resto de nosotros. Al principio los más sorprendidos se acercaron a buscar respuestas, con sus caras de idiotas y sus brazos levantados con las palmas hacia arriba, como pidiendo la bendición de un dios furioso. Y la respuesta no se hizo esperar. Uberto se limitaba a asomar su cabeza por la barandilla de su casita en el árbol y luego desaparecía para regresar segundos después con bolsas de excrementos que arrojaba a los suplicantes más abajo. Era demasiado para soportar. No podiamos tolerar más esa expresión de desdén, ese fruncimiento de nariz como si todos nosotros olieramos mal y no las bolsas de desperdicios que nos arrojaba como quien da de comer a los cerdos. Está bien, quizás prender fuego al árbol fue ir demasiado lejos, pero al ver que ni aun así el muy canalla bajaba de ahí todos nos sentimos un poco menos culpables cuando su reino en las alturas se vino abajo hecho cenizas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario