viernes, 24 de septiembre de 2010

En un dia soleado.

Al principio fue solo un fenómeno restringido a las zonas mas calidas del planeta, como África, Oriente próximo, Centroamérica y algunas zonas de Asia. Los pájaros caían de los árboles casi calcinados, manadas enteras de ñus aparecían muertas en la Sabana con sus cueros prácticamente apergaminados, lagos y ríos enteros se evaporaban a un ritmo apabullante. Luego las poblaciones humanas de niveles mas humildes comenzaron a extinguirse en números que superaban con creces a las guerras, pestes y genocidios raciales. El resto del planeta no parecía alarmarse en gran forma, creíamos que eso nunca nos sucedería a nosotros, que al mundo le venía bien un poco de descompresión demográfica. En tanto que tuviéramos aire acondicionado y piscinas nada podría alterar nuestra preciosa calidad de vida.
Nunca olvidare el día que comprendí que el infierno ya estaba aquí. Estábamos disfrutando con mi familia de un día de campo extremadamente caluroso. Mi esposa y nuestros dos hermosos hijos jugaban con una pelota bajo la sombra de un árbol mientras yo pescaba en el río, a unos cien metros de ellos. Primero fue un pez, luego otro y segundos después decenas de peces asomaban muertos a la superficie, en medio de la hirviente agua del río. Cuando me dí la vuelta para alertar a mi familia, vi como mi hijo menor, de apenas 5 años, corría tras la pelota alejándose de la sombra del árbol donde se encontraban mi esposa y mi otro hijo. Recuerdo que grite con todas mis fuerzas pero parecía no ser suficiente, mi niño llegó al campo abierto bajo el sol asesino e inmediatamente cayo al suelo como fulminado por un rayo. Corrí desesperado junto a él pero ya era tarde. Su pequeño cuerpecito yacía chamuscado como un carbón junto a una masa deforme de plástico que solía ser una pelota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario