viernes, 24 de septiembre de 2010

Dejar partir

La madre coje una de las manos de su hijo comatoso y la observa con cariño. Unas manos suaves, cuidadas, con sus uñas perfectamente cortadas para que no se haga daño mientras duerme. Acaricia su pelo corto, que ella misma arregla cada 15 dias, para que su hombrecito no pase calor tantas horas pegado a la cama. Desliza sus manos por sus mejillas delicadas, afeitadeas una y otra vez, dia si dia no, desde hace 10 años. Esa mirada, vacia e inexpresiva que le devuelve su hijo, esos labios que no sonrien ni se fruncen ni resoplan pase lo que pase, diga lo que diga. Y eso que su madre dice muchas cosas, las noticias del dia, fragmentos de libros, sucesos del barrio, palabras de amor maternal. Nada, nada queda de su pequeño, tantos años despues. ¿Realmente ese es su hijo? ¿O tan solo el envase deteriorado que el estado vegetal ayuda a marchitar año tras año?
La madre coje una almohada y la coloca sobre el rostro de su muchacho, luego agarra su cabeza inerte y la apreta contra su pecho, con fuerza y mucho amor, rogando a dios que todo pase rapido, que los estertores cesen de una vez. Un sacudón, otro más, y se acaba. Nunca unas lagrimas le habian quemado tanto sus mejillas.

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