viernes, 24 de septiembre de 2010

Cosas que a lo mejor pueden encontrar los 33 mineros chilenos atrapados a 700 metros de profundidad. Opcion Dos.

El ser humano ha demostrado en incontables ocasiones su capacidad para amoldarse a todo, su innato talento para acomodar su entorno a unas condiciones más favorables para él y su espíritu de superación sin limites. Por eso, menos de 24 hs después de quedar atrapados a 700 metros de profundidad, los mineros ya sabían donde comerían, donde dormirían y por supuesto, donde estaría el baño. Y allí estaba precisamente Fermín, haciendo lo que nadie más podía hacer por él y deseando con toda su alma poder leer el periódico del día, dado que se aburría terriblemente. Pero hay momentos en los que la vida sabe darnos en qué entretenernos, y en este caso supo darle al minero más de lo que hubiera deseado para entretenerse.
Cuando lo vio por primera vez casi lo tenía a escasos metros de él y lo sorprendió de tal forma que poco hizo falta para caerse de culo dentro del agujero sobre el que se hallaba en cuclillas. Era uno de esos hombrecillos de baja estatura, un duende, de los que se ha oído hablar toda la vida en los cuentos infantiles, historias populares y alucinaciones por consumo de psicotropicos. Llevaba en sus manitas un pequeño saco que tintineaba con cada sacudida. El pequeño gnomo no hizo el menor caso de Fermín y en una rapída maniobra se lanzó de cabeza por el agujero de una letrina ubicada a escasos pasos del sorprendido minero. Este, devorado completamente por la curiosidad, terminó con lo que le ocupaba y se acerco con cuidado a la letrina por la que había desaparecido el hombrecillo. Con una linterna intentaba adivinar entre la penumbra qué había mas allá de lo aparente, pero comprendió de inmediato que si quería saber a donde conducía ese hoyo debía investigar hasta las últimas consecuencias.
Primero una pierna, luego la otra, y haciendo presión con sus brazos logro colarse de a poco hasta que la negrura lo absorbió por completo, literalmente. Era como si una aspiradora gigante lo hubiera succionado sin hacer el más mínimo ruido, para escupirlo segundos después en una espcie de caverna pobremente iluminada con unas antorchas a un metro del suelo. Notó una corriente de aire a sus espaldas y al darse la vuelta vió una puerta cerrada por cuya cerradura se colaba un haz de luz titilante. Caminando en cuatro patas, dado que el techo estaba a no más de metro y medio del suelo, se aproximó a la puerta y la abrió con dedos temblorosos.
Cientos y cientos de estanterías se perdían hasta el infinito, en medio de multitud de enanos pululando de aquí para allá, con sus pequeñas bolsas donde metían las manitas y sacaban bolígrafos, paraguas, llaves, mandos a distancia, teléfonos moviles y un sin fin de elementos que el ser humano viene perdiendo desde los comienzos de la civilización. Ahora Fermín sabía a donde había ido a parar aquel cd de los Rolling Stones cuando tenía veinte años.

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